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Las mujeres y la guerra


Las mujeres y la guerra. Militarismo, feminismo imperial y biopolítica en el siglo XXI.
Después de la matanza de Qala-e-Now, perpetrada por tropas españolas compuestas por mujeres y hombres y cuyo mando político ostenta una mujer no se puede seguir escribiendo que la guerra es monopolio masculino como afirma Victoria Sau en su “Diccionario Ideológico Feminista”. Las guerras de Irak y Afganistán han revelado incuestionablemente la existencia de torturadoras, sádicas o agresoras sexuales a los prisioneros. Los sucesos de Abu-Ghraib escandalizaron al mundo pero no son algo excepcional. Sabemos que tales matanzas y acciones sanguinarias no se han realizado solamente sobre soldados y militares sino que se han llevado a cabo contra la población civil como en Qala-e-Now. Negar la evidencia de la participación singular y creciente de féminas en tareas represivas y bélicas es hacer apología del militarismo y los crímenes de guerra, cerrar los ojos a estas realidades que conforman la existencia concreta y material del aparato militar actual es igual a impedir la posibilidad de que se constituya un antimilitarismo efectivo y consecuente.
Los hechos son que el Estado español, a la muerte de Franco, era un país sin proyección internacional, con un ejército que arrastraba el estigma del franquismo y era mayoritariamente rechazado por la sociedad, treinta años después las cosas han cambiado radicalmente. La institución militar es hoy la mejor valorada por la ciudadanía, el reino de España es hoy una potencia imperial con intereses en muchas zonas del planeta y cuenta con una extensa red de empresas multinacionales.
No puede negarse que son las mujeres y los inmigrantes, es decir, la categoría de los oprimidos, los que han asegurado el reclutamiento en el ejército profesional, este proceso ha sido dirigido especialmente por la socialdemocracia que ha conseguido que durante la legislatura de 2004 a 2008 las mujeres hayan ampliado su presencia en el ejército en un 23% mientras que los hombres lo hicieron en un 4,7%. Los gobiernos paritarios del PSOE han mandado más tropas que nunca antes a operaciones militares en el exterior y han aumentado las exportaciones de armas en un 130%. De todos los europeos, el ejército español es el que tiene mayor porcentaje de mujeres y cuenta con las militares más motivadas, lo que se traduce en la demanda femenina de puestos operativos y su mayor presencia en las misiones internacionales, de manera que puede afirmarse que la creación de un poderoso feminismo de Estado ha sido la condición para dar un impulso sin precedentes a la máquina bélica imperial del reino de España. Muy pocas, en nuestro entorno, han osado denunciar este hecho como lo hace la norteamericana Zillah Eisenstein que ha llamado “feminismo imperial” a esta corriente de opinión y de acción política e institucional por su contribución al crecimiento militar estadounidense.
Las mujeres nos hemos de constituir, inevitablemente, como militaristas o antimilitaristas, como amantes del Estado o contrarias a la maquinaria de opresión del poder lo que hace inaplazable el debate y reflexión colectiva sobre las corrientes feministas del presente. Tanto el feminismo de Estado como otros que, sin ser institucionales, tienen una vocación claramente estatolátrica, contienen ideas y proyectos que, mirados imparcialmente, adoptan una deriva militarista innegable # además de haberse convertido en principios doctrinales que no precisan demostración, es decir, en verdades religiosas.
La más importante de ellas es que son los hombres los que oprimen a las mujeres. Basándose en la creación de una narrativa de las atrocidades cometidas por el género masculino en el mundo tradicional se construye una forma de pensamiento en la que el odio tiene una función primordial. El sexismo ocupa hoy el lugar que en el pasado tuvieron el patriotismo y el racismo como organizadores del espíritu del soldado. El victimismo y el resentimiento hacia el varón son instrumentos para la construcción de la figura del enemigo y para convertir el odio y la destructividad en la forma natural de existencia de las féminas.
Al tiempo que crece la inquina hacia el varón se alimenta el amor hacia el Estado que es exculpado de su función opresora sobre la mujer. La estatolatría, que es siempre una forma de militarismo, es el fundamento de un feminismo que difunde que son las instituciones estatales quienes acabarán con el “orden patriarcal” a través de la legislación y el aparato de fuerza que la aplica. Con este argumento se han creado algunas leyes como la de Violencia de Género, que siendo una auténtica ley de excepción, se presenta como paradigma de la protección de la mujer y que, por ello, apenas ha sido contestada.
Pero el militarismo no se alimenta exclusivamente de ideología sino que aspira a transformar toda la vida social en función de sus objetivos. Las llamadas “conquistas femeninas” de los últimos decenios son en realidad imposiciones biopolíticas fundamentadas en necesidades militares.
La incorporación de las mujeres al mundo laboral capitalista era la condición indispensable para el crecimiento del Estado que requería reduplicar sus ingresos por impuestos, desarrollar su aparato productivo y crear poderosas empresas capaces de expandirse en el exterior con el apoyo del ejército. La potencia militar de los países occidentales no depende hoy de tener una fuerte demografía sino de que las féminas colaboren con el ente estatal como fuerza económica, política e ideológica. La desnatalidad es, por ello, inducida desde el poder aunque se presente como una victoria de la lucha de las mujeres. Basta con reunir un puñado de documentos institucionales y no ser ciegos a la realidad para percibir que defender hoy los argumentos antinatalistas es igual a ejercer de voceros del poder constituido y sus planes militares. A través de las políticas migratorias, que son otro constituyente esencial de la biopolítica, la natalidad se ha convertido en un proceso productivo más, mientras que las mujeres de Occidente son llevadas a la esterilidad forzosa, presionadas no solo con ideas, sino con la coerción material de las empresas y las instituciones políticas para que limiten su fecundidad, otras mujeres en los países del sur son forzadas a parir hijos que nutran el destructivo aparato económico y militar del primer mundo.
La desintegración de las relaciones sexuales, personales y afectivas y de las instituciones naturales de convivencia que son el origen de una vida de soledad, incomunicación, egoísmo existencial y angustia vital, que afecta a mujeres y hombres por igual, se han presentado como una conquista positiva para la feminidad. Sin embargo el aislamiento de los sujetos es siempre provechoso para el poder pues debilita la fuerza de su enemigo natural que es el pueblo. Las funciones que en el pasado tenían estas estructuras de vida que, con ser limitadas e imperfectas conservaban rasgos de democracia y horizontalidad, son hoy desempeñadas por el sistema. La ampliación del Estado del bienestar declarado primordial agente para la emancipación de la mujer porque asume las funciones de los cuidados y el sostenimiento de la vida que fueron consideradas femeninas, es el instrumento para fomentar la fusión de las mujeres con esa institución de dominio y justificar su descomunal y temible ensanchamiento que no tiene como objetivo la libertad femenina (ni masculina) sino la lucha por ampliar su poder dentro y fuera de sus fronteras y, por lo tanto, el crecimiento del militarismo y la preparación de la guerra.
Hay que concluir que las llamadas “conquistas femeninas” no solo no han tenido un resultado emancipador sino que nos conducen a la sociedad del despotismo perfecto. La reordenación de las formas de vida del individuo moderno lleva desde las instituciones naturales y las relaciones básicamente horizontales al encuadramiento en organizaciones extremadamente jerárquicas y autoritarias como son la empresa, el ejército y los servicios del Estado del bienestar, ello ha convertido la sociedad en un descomunal cuartel, fusionando pueblo y ejército como nunca antes lo estuvieron en la historia.
Entregadas a un ejercicio de narcisista egoísmo muchas mujeres han abandonado la lucha política y el combate en pro de objetivos grandes y emancipadores y dedican su existencia a “las cosas de mujeres”, a dar vueltas sobre sí mismas y su cotidiano enfrentamiento con el hombre, experiencia que es un sustituto moderno de la antigua domesticidad, que negaba a la mujer los grandes problemas del mundo, pero más embrutecedor que aquella porque carece del contexto relacional y afectivo, del bagaje de conocimientos y habilidades que se derivaban del ejercicio de la maternidad y la resolución de las situaciones y necesidades de la vida familiar. El feminismo de Estado y el feminismo imperial han hecho una labor de zapa para restar fuerzas femeninas a los movimientos antiestatistas y antimilitaristas. La refundación del antimilitarismo, que precisa, para ser eficaz y vigente, adecuarse a los profundos cambios que se han producido en los ejércitos y en la estrategia militar de las potencias mundiales en los últimos decenios, la reflexión sobre su significado y la elaboración de una estrategia de lucha contra el aparato bélico del poder es una tarea también femenina que debemos asumir con coraje y decisión.
Entre los deberes fundamentales del presente se encuentra la crítica en profundidad del carácter imperialista y militarista del feminismo de Estado. La separación radical del movimiento popular de las mujeres y el feminismo institucional pasa también por la denuncia de todos los instrumentos puestos en marcha por el sistema en la forma de Estado del Bienestar que sirven al encuadramiento de las mujeres bajo su patronazgo con fines de dominación política y utilización militar de las féminas.
Otro cometido fundamental del movimiento de las mujeres es la definición de la ideología y axiología de las luchas femeninas; La recuperación de la convivencia, las relaciones horizontales, los afectos, la maternidad, el cuidado de los cercanos etc. han de ser rescatados como valores antimilitaristas y anti-Estado asumidos por ambos sexos. La lucha de las mujeres ha de partir no de la idea de poder, que forma parte del bagaje ideológico del sistema, sino de las de responsabilidad, capacidad personal, mérito, esfuerzo y, ante todo, conciencia y sentido de la realidad, poniendo en primera fila nuestras capacidades intelectivas, volitivas, éticas y relacionales como instrumentos de lucha contra el despotismo estatal.
En la actual situación mundial en la que los preparativos para la IV Guerra Mundial son ya la actividad principal de los imperios en liza, el posible y previsible choque entre Occidente y China (con alianzas que todavía no se han resuelto) pondrá a las mujeres en una tesitura históricamente nueva pues será la primera vez que la participación femenina en la guerra será igualada con la de los hombres. El Estado español podría reclutar por leva forzosa a más de ochocientas mil mujeres que, después de haber sido enfrentadas fatalmente con los varones, adiestradas en el odio e incapaces de unirse con los varones para luchar contra el Estado, compartirían con ellos tan trágica experiencia.
Si las mujeres hemos de combatir, hagámoslo contra la guerra y contra el Estado y no como de mano de obra para subyugar a otros pueblos, otras mujeres y hombres defendiendo los intereses imperialistas y despóticos del propio país ni a favor de las otras potencias que aspiran a ocupar el lugar de los dominadores.

Prado Esteban Diezma pradoesteban@hotmail


[i] “Señuelos sexuales. Género, raza y guerra en la democracia imperial” Zillah Eisenstein.
[ii] No es la militar la única función de estas ideas que forman parte de un proyecto político, un experimento social de gran calado, que pretende la transformación radical del sujeto humano tal y como lo conocemos hasta ahora.
[iii] Ver “Legislar contra el amor. La ley de Violencia de Género y la construcción del Estado policial” Prado Esteban “Esfuerzo” nº 4 y http://www.nodo50.org/tortuga/Legislar-contra-el-amor-la-Ley-de

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